martes, 26 de octubre de 2010

Resistencia vencida

Al norteamericano Richard Serra (San Francisco, 1939) se le suele asociar con el minimalismo, movimiento escultórico abstracto caracterizado por la rotundidad impositiva de sus realizaciones y su exploración de los límites de lo artístico, en la línea de las neovanguardias críticas de los años sesenta. La tarea del escultor, tal y como la entendía el minimalismo, no consistía en suscitar la participación del sujeto, sino en ofrecer una forma tan simple y compacta que el espectador estaba de más. Era una indagación sobre los requisitos mínimos para que una obra pueda ser considerada artística, de ahí su nombre, y eso hizo que Richard Serra, minimalista tardío, plantara todavía en 1981 su obra Tilted Arc (Arco ladeado) en una plaza de Nueva York, a la que literalmente invadía, ocupándola de extremo a extremo, con la intención de que la gente se tropezara con ella, lo que motivó que acabara siendo demolida en 1989. Posteriormente, con la resistencia vencida, las posiciones se han dulcificado hasta hacer que la rotundidad y gran tamaño se transformen en sublimidad y la separación perceptiva en invitación a participar en la experiencia espacial por parte de viandantes y usuarios, lo que explica perfectamente el galardón otorgado a Serra, que a sus setenta y un años está considerado uno de los más importantes escultores vivos (La Voz de Asturias, 13 de mayo de 2010).

Punto de inflexión


[En los años sesenta] “hubo un punto de inflexión que supuso quitar el pedestal y poner la obra en igualdad de condiciones con las personas, con los lugares, introducir el tiempo y el movimiento. Ahora hemos regresado a los cómics, a los dibujos en vitrinas –que al fin y al cabo son los nuevos pedestales–, a las superficies brillantes, hay un mercado del intercambio que tiene que ver con la convención, con el valor que tiene la obra y que yo creía que había desaparecido. El arte se ha convertido en parte de los intercambios que se producen en esta cultura consumista y en cierta medida no se distingue de la moda. Los nuevos artistas deben buscar nuevas formas de experimentación y transgredir con sus obras, sin rendirse a las exigencias de una industria cultural que mueve cantidades ingentes de dinero y que califica el arte por su valor de mercado” (Richard Serra, con ocasión del Premio Príncipe de Asturias de las Artes. Gijón, 21 de octubre de 2010).

martes, 19 de octubre de 2010

Criterios estandarizados

En su desesperada lucha por la autonomía, el arte contemporáneo ha llegado a renunciar a la propia estética y al placer de los sentidos, pensando ingenuamente que así se le podría atragantar a la principal máquina asimiladora, el devorador mercado, sin darse cuenta de que en el fondo le estaba haciendo el juego y fabricándole productos más fácilmente digeribles, al no poder ser contrastados empíricamente por cada uno y quedar sometidos a los dictados de la mayoría, conforme a criterios estandarizados y fuera de toda crítica (La Voz de Asturias, 19 de octubre de 2007).

martes, 12 de octubre de 2010

Belleza amarga



Desde hace décadas, la facción mayoritaria del arte contemporáneo ha abandonado toda connotación estética positiva, dejando sólo la fealdad como único gesto provocador y principal reclamo publicitario. Siguiendo la máxima de Rimbaud, labrada desde el propio infierno, ha sentado a la Belleza en sus rodillas y la ha encontrado amarga y la ha injuriado sin tregua desde entonces, sin duda como reacción a unos tiempos inmediatamente anteriores en los que se primaba la búsqueda incesante de lo sublime y de la belleza convulsiva (La Voz de Asturias, 19 de octubre de 2007).

lunes, 4 de octubre de 2010

Salida fácil



“Este neodadaísmo, que llaman neorrealismo, pop art, ensamblaje, etc., es una salida fácil, y vive de lo que hizo el dadaísmo. Cuando yo descubrí los ready-mades pensé que, con ellos, quitaría fuerza a la estética. El neodadaísmo ha cogido mis ready-mades y ha encontrado estética en ellos. Yo cogí mi portabotellas y el urinario y se los tiré a la cara a modo de reto, y ahora ellos los admiran por su belleza estética” (Marcel Duchamp, en una carta dirigida a Hans Richter, 1962).