Desde hace décadas, la facción mayoritaria del arte contemporáneo ha abandonado toda connotación estética positiva, dejando sólo la fealdad como único gesto provocador y principal reclamo publicitario. Siguiendo la máxima de Rimbaud, labrada desde el propio infierno, ha sentado a la Belleza en sus rodillas y la ha encontrado amarga y la ha injuriado sin tregua desde entonces, sin duda como reacción a unos tiempos inmediatamente anteriores en los que se primaba la búsqueda incesante de lo sublime y de la belleza convulsiva (La Voz de Asturias, 19 de octubre de 2007).
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